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LA REGIÓN DE LAS DESEMEJANZAS

por Victor López

 

Si el verdadero artista como indica Karl Kraus  en un texto de Die Fackel debe montar día a día como un arquitecto un edificio de imágenes siempre a punto de caerse, imágenes que presionan en nuestras manos y ojos, regular el ritmo de la sangre que por la noche no nos permite dormir, su trabajo es imposible pero real, infinito e inactual, tremendamente pasajero pero siempre contemporáneo; la tarea no es nada menor que traer esas imágenes que se hunden como alfileres en el cerebro, intentar dar una forma a ese edificio que en algún momento tendrá que ser habitado.

Si pensamos al igual que Kraus que las imágenes son arena y no hierro en el entramado visual, arena por su carácter altamente moldeable e inestable a la vez, el artista debe trabajar con materiales ásperos, discontinuos, creando relaciones de identidad para mantener vivo los contrastes natos entre imagen y sentido, ese edificio de arena siempre a punto de derrumbarse, con el riesgo de caerse encima de nosotros.

 

El trabajo de Catalina Gonzalez es custodio de esa manera de componer las imágenes pero al mismo tiempo custodia de un movimiento opuesto mucho más subterráneo y de sombras que desintegra el lugar de pasividad que le concedemos en nuestra vida diaria a las imágenes, relegadas  a la linealidad del tiempo, a la hipernarrativización de lo cotidiano. Sus paisajes siempre emergen como algo que uno ha olvidado, algo no dicho, un lugar reconocible que no sabríamos exactamente ¿cual es? Si el tiempo es un lugar en la vorágine de lo que debemos ser, un espacio tremendamente árido y ominoso, incontrolable en su pasividad, proclive a la fricción y a la resistencia, sus obras en esta nueva exposición Umbra transportan al espectador a un reino de analogías, a una región de la desemejanza.

 

La analogía es una ciudad en si, no una ciudad conceptual sino un lugar de la experiencia,  ese es el sentido del trabajo poético que describe Catalina en Umbra. Un lugar lleno de preguntas ¿Cuántos paisajes de verdad habitamos y cuantos de ellos no son más que imágenes para ser consumidas y experimentadas después? ¿que hay de verdad en la fotografía y cuanto de turismo? En los trípticos no solamente se instala la analogía del hallazgo que descentra la imagen en una polisemia de significantes inauditos al espectador sino que producen ante su mirada relaciones semánticas nuevas, el ejercicio de encontrar, rescatar remite más allá de la idea del viaje que existe sino  que instala un material altamente critico en el sentido de la idea de futuro en contraposición a la redención del pasado, lo habitable como una especie de lugar de reliquias, Catalina las nombra como “hallazgos”, un lugar de cosas laceradas, de fragmentos: una especie de ciudad museo abandonado ¿de alguna forma no es esa la misma sensación que nos produce la ciudad moderna? ¿es la ciudad una especie de desierto fotográfico por la continua acumulación barroca de imágenes?

Kracauer compara en sus ensayos a la fotografía con una cuerda colgada en el vacio entre dos edificios, si la atravesamos lograremos comunicarnos, pero el trabajo del artista fotográfico no es comunicarse directamente sino quedarse precisamente en la cuerda y Catalina eso lo entiende bien, vivir la fragilidad de las formas, sentir el viento que la balancea sobre el abismo de las imágenes. Quien se queda en medio de esa cuerda comienza a vivir formas, figuras, analogías, paisajes que no le pertenecen sino un instante breve.

 

Uno de los discursos típicos de la fotografía contemporánea nos dice de alguna manera que todo paisaje es inacabado, que la imagen esta extraída del desorden para volverse una experiencia inofensiva en las paredes de las galerías, sin embargo Umbra va más allá, en si es la transcripción de una epifanía, una resistencia que intenta transformar y renombrar la separación eterna entre la imagen y el sentido; seguir entonces el hilo de este devenir es pensar a la imagen en una superficie en continua metamorfosis, que no refleja nada sino a ella misma en cuanto a lo que se acerca y lo que se aleja, a lo que la modela y abisma e instala un orden aparente en la arquitectura del desorden que es la experiencia de la mirada.

 

Umbra de Catalina Gonzalez es un trabajo mayor y ambicioso que corta, retira nuestras visiones anteriores de un mundo, nuestra visiones anteriores sobre la imagen, que nos hace mirar de forma diferente, si el Rey Lear de Shakespeare proclamaba que "la madures lo es todo" con este trabajo podemos decir que "la resistencia lo es todo" también, sus fotografías y construcciones pueden juzgarse como una sola imagen, una epifanía desoladora de lo actual, en el sentido tautológico creando su propio tiempo que no es otro que nuestro propio tiempo proyectado sobre el velo de su sintonía anómala, saturada de un exceso de sombras como San Agustín describió el alma de los hombres, soledad y aridez, un lugar de seres escindidos, de lugares difíciles de definir, una región de las desemejanzas.

 

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